El metabolismo: Una pieza olvidada en la historia del cáncer

Con motivo del Día Mundial de la Investigación en Cáncer, compartimos las reflexiones del II Encuentro “Hablemos de Cáncer”, celebrado en junio en CIC bioGUNE dentro del proyecto PreMetaCan, financiado por la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC).

El proyecto se centra en estudiar cómo el metabolismo influye en el desarrollo y la resistencia al cáncer, con el fin de optimizar terapias combinadas y mejorar la eficacia de los tratamientos personalizados.

Durante mucho tiempo, el cáncer se ha explicado, investigado y combatido casi exclusivamente desde una perspectiva genética. Hemos aprendido a identificar mutaciones, a clasificar tumores según su perfil molecular y a diseñar terapias dirigidas. Sin embargo, algo importante ha quedado fuera de foco: cómo funciona el cuerpo en su conjunto. Más allá del ADN, hay otra dimensión que nos está ayudando a mirar el cáncer con nuevos ojos. Esa dimensión es el metabolismo.

Cuando hablamos de metabolismo, solemos pensar en calorías, en digestión o en “quemar grasa”. Pero en realidad, el metabolismo es la suma de todas las reacciones químicas que permiten a nuestras células producir energía, crecer, repararse o morir. Es, en pocas palabras, la base de la vida. Y también, como ahora sabemos, una de las claves para entender el cáncer.

Hace un siglo, el científico Otto Warburg observó que las células cancerosas obtenían energía de forma muy peculiar. Aunque tenían oxígeno disponible, preferían un atajo: consumir grandes cantidades de glucosa y transformarla rápidamente en lactato. Este fenómeno, conocido como el efecto Warburg, fue una observación revolucionaria. Sin embargo, durante décadas, la ciencia lo dejó de lado. La genética ofrecía respuestas más precisas, más elegantes. El metabolismo parecía algo del pasado.

Pero hoy, el péndulo vuelve a equilibrarse. Investigaciones recientes están demostrando que el metabolismo no es solo una consecuencia del cáncer, sino también una causa, una herramienta y un punto débil del tumor. Las células cancerosas modifican su forma de generar energía para sobrevivir, crecer y, en muchos casos, escapar del sistema inmunitario. Lo interesante es que ese metabolismo no ocurre en el vacío. Depende del entorno, de los nutrientes disponibles, del estado del cuerpo entero. Y eso significa que podemos intervenir.

Uno de los descubrimientos más prometedores de los últimos años es que el metabolismo del cáncer se puede alterar con herramientas que van más allá de los fármacos. Por ejemplo, el ejercicio físico. Cuando hacemos ejercicio, nuestros músculos, que son el órgano más grande y activo del cuerpo, no solo consumen energía. También liberan pequeñas vesículas llamadas exosomas, cargadas con señales químicas que viajan por todo el cuerpo. Estas señales pueden mejorar la función inmunológica, reducir la inflamación y, sorprendentemente, modificar el comportamiento de las células tumorales. El ejercicio regular, bien pautado y adaptado a cada paciente, puede convertirse en una verdadera terapia metabólica.

Pero no se trata de hacer maratones. Se trata de recuperar la capacidad metabólica del cuerpo: enseñarle a utilizar bien la energía, mejorar la respiración celular y contrarrestar los efectos del tumor. En algunos casos, el ejercicio logra hacer lo contrario al efecto Warburg: favorece un metabolismo más eficiente, más saludable, más difícil de secuestrar por el cáncer.

La alimentación también juega un papel esencial. Aunque no existe una dieta mágica que cure el cáncer, sí sabemos que mantener un buen estado nutricional durante el tratamiento mejora la tolerancia a las terapias, preserva la masa muscular y reduce el riesgo de complicaciones. La obesidad, por ejemplo, se asocia con tumores más agresivos y menor respuesta a ciertos tratamientos. La falta de nutrientes, por otro lado, debilita al organismo justo cuando más necesita estar fuerte. Avanzamos hacia una nutrición personalizada, adaptada al metabolismo de cada persona y al momento concreto de su enfermedad.

Y no podemos olvidar la dimensión emocional. El estrés o la ansiedad no son solo asuntos psicológicos: también generan una respuesta física. El cuerpo bajo estrés cambia su metabolismo, altera sus defensas y prioriza la supervivencia a corto plazo. Esto puede afectar a la eficacia de los tratamientos o al bienestar general del paciente. Por eso la atención psicológica en oncología no es un extra, sino una parte fundamental del tratamiento.

Todo esto nos lleva a una nueva forma de entender el cáncer. Ya no lo vemos solo como un enemigo genético, sino como un fenómeno ecológico, que se desarrolla en un entorno vivo, cambiante y complejo. Como en un bosque, donde el crecimiento de un hongo no depende solo de su semilla, sino del tipo de suelo, la humedad, la presencia de otros organismos. Así también en el cuerpo humano: el tumor convive, compite y se adapta dentro de un ecosistema biológico que podemos aprender a regular.

Por eso hablamos ahora de tener una caja de herramientas” completa. La genética nos da información valiosa, pero el metabolismo nos muestra lo que está ocurriendo en tiempo real, y nos permite actuar desde múltiples frentes: con ejercicio, con alimentación, con apoyo psicológico, con descanso, con hábitos sostenibles que mejoran la salud general y la capacidad del cuerpo para resistir.

Esta visión integradora no sustituye a la medicina tradicional, la complementa. No reemplaza la quimioterapia o la inmunoterapia, pero puede hacer que funcionen mejor. Y, sobre todo, ofrece al paciente un papel activo. Porque cuidar el metabolismo no es solo una estrategia médica: es una forma de recuperar el control, de contribuir al tratamiento desde lo cotidiano, desde lo posible, desde lo humano.

El metabolismo, ese viejo olvidado, está mostrando que aún tiene mucho que decir. Y quizás, también, mucho que sanar. En este Día Mundial de la Investigación en Cáncer, desde CIC bioGUNE, miembro de BRTA, reafirmamos nuestro compromiso con una ciencia abierta, cercana y al servicio de la sociedad.

Sobre CIC bioGUNE
El Centro de Investigación bioGUNE, miembro del Basque Research & Technology Alliance (BRTA), con sede en el Parque Científico Tecnológico de Bizkaia, es una organización de investigación biomédica que desarrolla investigación de vanguardia en la interfaz entre la biología estructural, molecular y celular, con especial atención en el estudio de las bases moleculares de la enfermedad, para ser utilizada en el desarrollo de nuevos métodos de diagnóstico y terapias avanzadas.

Sobre BRTA
BRTA es una alianza formada por 4 centros de investigación colaborativa (CIC bioGUNE, CIC nanoGUNE, CIC biomaGUNE y CIC energiGUNE) y 13 centros tecnológicos (Azterlan, Azti, Ceit, Cidetec, Gaiker, Ideko, Ikerlan, Leartiker, Lortek, Neiker, Tecnalia, Tekniker y Vicomtech) que tienen el objetivo de desarrollar soluciones tecnológicas avanzadas para el tejido empresarial vasco.

Con el apoyo del Gobierno Vasco, el Grupo SPRI y las Diputaciones forales de los tres territorios, la alianza busca impulsar la colaboración entre los centros que la integran, reforzar las condiciones para generar y transmitir conocimiento a las empresas con la intención de contribuir a su competitividad y proyectar la capacidad científico-tecnológica vasca en el exterior.

BRTA cuenta con una plantilla de 3.500 profesionales, ejecuta el 22% de la inversión en I+D de Euskadi, registra una facturación anual superior a los 300 millones de euros y genera 100 patentes europeas e internacionales al año.

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